Misericordia
(1897)
Díjole después el pobre viejo que se moría
de hambre; que no había entrado en su boca, en tres días, más que un pedazo de
bacalao crudo que le dieron en una tienda, y algunos corruscos de pan, que
mojaba en la fuente para reblandecerlos, porque ya no tenía hueso en la boca.
Desde el día de San José que quitaron la sopa en el Sagrado Corazón, no había ya remedio para él; en parte alguna
encontraba amparo; el cielo no le quería, ni la tierra tampoco. Con ochenta y
dos años cumplidos el tres de febrero, San Blas bendito, un día después de la
Candelaria, ¿para qué quería vivir más ni qué se le había perdido por acá? Un
hombre que sirvió al rey doce años; que durante cuarenta y cinco había picado
miles y miles de toneladas de piedra en esas carreteras de Dios, y que siempre
fue bien mirado y puntoso, nada tenía
que hacer ya, más que encomendarse al sepulturero para que le pusiera mucha
tierra, mucha tierra encima, y apisonara bien. En cuanto que colocara a las dos
criaturas, se acostaría para no levantarse hasta el día del Juicio por la tarde…
¡y se levantaría el último!
Traspasada de pena Benina al oír la
referencia de tanto infortunio, (…) dijo al anciano que la llevara a donde
estaba la niña enferma, y pronto fue conducida a un cuarto lóbrego, en la
planta baja de la casa grande de corredor, donde juntos vivía de pago de tres
pesetas al mes, media docena de pordioseros con sus respectivas proles (…).
Solo vio Benina una vieja, petiseca y dormilona, que parecía alcoholizada, y
una mujer panzuda, tumefacta, de piel vinosa y tirante (…), mal envuelta en
trapos de distintos colores. En el suelo, sobre un colchón flaco, cubierto de
pedazos de bayeta amarilla y de jirones de mantas morellanas, yacía la niña
enferma, como de seis años, el rostro lívido, los puños cerrados en la boca.
–Lo que tiene esta criatura es hambre –dijo
Benina, que habiéndola tocado en la frente y manos la encontró fría como el
mármol.
–Puede que así sea, porque cosa caliente no
ha entrado en nuestros cuerpos desde ayer.
No necesitó más la bondadosa anciana para
que se le desbordase la piedad, que caudalosa inundaba su alma; y llevando a la
realidad sus intenciones (…), fue al instante a la tienda de comestibles (…) y
compró lo necesario para poner un puchero inmediatamente, tomando además
huevos, carbón, bacalao… pues ella no hacía nunca las cosas a medias. A la hora
ya estaban remediados aquellos infelices, y otros que se agregaron, inducidos
del olor que por toda la parte baja de la colmena prontamente se difundió. Y el
Señor hubo de recompensar su caridad, deparándole, entre los mendigos que al
festín acudieron, un lisiado sin piernas,
que andaba con los brazos, el cual le dio por fin noticias verídicas del
extraviado Almudena.
Rasgos característicos de las novelas de Galdós:
- La acción está ambientada en Madrid.
- Los personajes de las novelas de Galdós pertenecen a las clases medias. No obstante, en esta novela la protagonita es un personaje humilde y el ambiente en el que desarrolla la historia es marginal (no olvidemos que esta novela forma parte del grupo de las novelas espiritualistas).
- El lenguaje es llano y sencillo. Los personajes se expresan de acuerdo a su condición social.
- El narrador omnisciente emite juicios de valor: "No necesitó más la bondadosa anciana..."
- He subrayado en el texto un ejemplo de estilo indirecto libre.
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